Por Adriana Velásquez.
Cálida y acogedora, con sus paredes de bahareque cuarteadas por los años transcurridos, cargadas de historias y una herencia musical trascendental. El olor a madera y barro ha perpetuado un legado eterno mezclado con la nostalgia del ambiente que se abraza con suavidad de los recuerdos, como dar un vistazo al pasado y revivir historias de años que ya se fueron, donde cada cuadro colgado y fotografía a blanco y negro cuenta su propia crónica.
Así se siente entrar a la casa de Amparo Yepes Quintero, la inquebrantable gestora cultural de 86 años que habita la vivienda más antigua de Río de Oro, Cesar (una construcción de bahareque y paja que a pesar del paso del tiempo se ha mantenido en pie por más de 200 años).
Fotografía tomada por Adriana Velásquez.
La veterana de mil batallas pasa sus tardes sentada en un antiguo sofá cerca a la pequeña ventana de madera, donde observa al mundo con ojos cansados, pero llenos de bondad y una melancolía apacible, leyendo algún libro para nutrir aún más su mente culta y sabia construida por sus vivencias; o tal vez, tratando de disipar un poco el dolor que lleva por dentro y vivir su proceso de duelo de la manera más sana posible.
El rincón de los recuerdos
Amparo, nieta y heredera de los últimos dueños de ‘la casita de paja’ que hoy se ha convertido en un ícono para los riodorenses, tiene mucho más que tertulias por hacer y café por ofrecer a sus visitantes, pues detrás de esa sonrisa, con la cual recibe a todo el que guste pasar a su hogar, está el corazón roto de una madre que lamenta la pérdida de su hijo, Ernesto Dumas Ocampo Yepes, o como era mayormente reconocido ‘Teto’ Ocampo.
Fotografía tomada por Adriana Velásquez.
Es toda una historia por contar, pero no de las que está emocionada y feliz por hacerlo; por el contrario, cada vez que habla de esto su ser se estremece por el dolor y el nudo en su garganta muchas veces le impide continuar, y a pesar de las sesiones de terapia psicológicas, las cuales Amparo ha confesado que la han ayudado un montón, no puede evitar sentirse inmensamente triste y romper en llanto al recordar a su amado y talentoso hijo.
Fotografía tomada de internet.
Ocampo, nació en Bogotá el 29 de abril de 1969 y creció en medio de un vasto y cálido linaje musical, que empieza mucho antes, por parte de su madre con una familia de 75 primos hermanos descendientes de Abel Quintero o como Teto lo llamaba ‘papá Abel’, fundador de la banda de músicos de Río de Oro, escribió los arreglos que hoy se siguen interpretando y le enseñó a la comunidad a tocar los instrumentos. Con su padre, quien era abogado y también tenía una fascinación marcada por la música, llegó su primera guitarra y el aprendizaje con ella: “Era del Eje cafetero, y aprendió a tocar el tiple, la bandola y la guitarra de generación en generación; otra vez es una línea grande ancestral de músicos. Él se sintió totalmente en armonía en Río de Oro, al encontrarse a toda esta gente que lo acompañaba en la música”, expresó Teto Ocampo, cierta vez en una entrevista para RollingStone. Esa crianza folclórica, fue muy enriquecedora e increíblemente fructífera para el artista.
Sintonizado con la música
En sus inicios, Ocampo descubrió las bandas de rock y formó parte de una llamada Dogz, con la cual alcanzó a grabar un sencillo para CBS. Contaba con una poderosa y magnética presencia escénica cuando tocaba rock & roll, lo que lo llevó a más, tanto que se le concedió el honor de abrir para los legendarios Enanitos Verdes en su primera visita a Colombia lo cual fue un gran logro; debido a que, eran tiempos en que los artistas colombianos se encontraban tocando en el escenario justo cuando el acto principal había terminado, mientras el público, desinteresado, comenzaba a abandonar el lugar. Posteriormente, decidió estudiar en el Musicians Institute en Los Ángeles, lo que le permitió profundizar en sus conocimientos musicales y explorar su propio estilo.
Con su regreso a Colombia llegaron también grandes oportunidades para el artista, ya que, gracias a su gran entrega y dedicación se desempeñó como intérprete, compositor, guitarrista, arreglista y productor discográfico.
Fotografía tomada de internet.
Entre sus distinguidas y sobresalientes producciones se destacan las colaboraciones que hizo con el reconocido artista samario, Carlos Vives, de los cuales salieron grandes éxitos como La Gota fría, que inicialmente eran canciones de su familia, que solo las cantaban y se las sabían no más de 40 personas, quienes en las reuniones familiares entonaban alegres al son de la guitarra para crear esa atmósfera mágica que los unía y regocijaba al hacerlo.
Sin olvidar su gran aporte al álbum “Clásicos de la provincia”, el que le hizo paso para su siguiente y exitosa colaboración con Vives “La tierra del olvido”, donde Teto lo describió textualmente como un “bálsamo energético” el cual tiene el poder de hacer vibrar en su mayor esplendor a las personas que lo sepan escuchar y así mismo activar el amor desde lo más profundo del ser.
Fotografía tomada de internet.
Los arpegios de la espiritualidad
Sin embargo, en lo más profundo de su ser sentía que algo le faltaba, algo que no lo dejaba sentirse pleno en tanta abundancia y tanto reconocimiento, que a su vez lo llevaba a sentirse atado musicalmente, así que tomó la decisión de alejarse, con el propósito de explotarse a sí mismo y darle la oportunidad a otros sonidos, como lo fue el jazz y reconectarse con el rock & roll y la música acústica, convirtiéndose en el primer amor musicalmente hablando. Asimismo, a su decisión se le sumó el inicio de una búsqueda espiritual, lo cual dio origen a un álbum muy personal para el artista, llamado Teto, el cual era mayormente acústico, este fue un proceso de redireccionar su estilo hacia la música de sanación, lo ancestral y la música de ritual.
En este camino de la espiritualidad y siendo profesor universitario, Ocampo emprendió una ardua investigación sobre las raíces indígenas de nuestra música colombiana, se dio cuenta que le faltaba conocer el secreto indígena que, junto a lo europeo y lo afro, conforma el latido de la autóctona identidad musical. Así fue como grandes músicos indígenas llegaron a su vida, trayendo consigo ritmos y saberes de las montañas del Cauca y la Sierra, en un encuentro casi mágico que despertó en él un compromiso personal y político con la ecología y los pueblos originarios.
Así nació “Mucho Indio”, un proyecto en el que, junto a Julio Torres y ‘Pits’ Piñacué, exploró el sagrado vínculo entre el acordeón, el vallenato y la ancestralidad. Su trabajo con el “Laboratorio paleofuturista” buscaba abrir espacios en el mundo moderno, enraizar el arte de lo ancestral y redefinir la identidad indígena desde una perspectiva contemporánea; en pocas palabras, “Mucho indio es la imagen sonora de los mamos tradicionales sentados en un fuego en la ciudad enseñando y aprendiendo en una fiesta sanadora”, así lo describe la universidad Nacional de Colombia en uno de sus perfiles.
Fotografía tomada de internet.
El ocaso de un soñador
El 26 de septiembre del 2023, como entre un sueño profundo el legendario músico Teto Ocampo partió de este plano terrenal, tras la lucha silenciosa y apresurada contra el cáncer, dejando un vacío que resonará como un eco perpetuo, principalmente en el corazón resquebrajado de una madre que añora la presencia de su hijo, así como en la historia musical de nuestro país.
Carlos Vives recordó en sus redes sociales cómo treinta años atrás grabaron juntos y el milagroso sonido que logró Teto: «ese sonido de la guitarra en La gota fría que irrumpió por primera vez en el vallenato era él». El músico samario añadió: «Hoy me siento huérfano de padre musical… lo llora la montaña y los hermanos mayores y las notas de su flauta arahuaca se escucharán por siempre cuando los mamos mágicos las echen a volar por la Sierra para recordarlo. Vuela alto mi querido amigo. Para nosotros no morirás nunca y tu legado se queda aquí con nosotros. Te amo y le doy gracias a la vida de que hayamos coincidido en el camino».
Ese virtuoso guitarrista que recorrió un camino sembrado de música y raíces, encontró en cada nota una manera de reconectar con la esencia de un país y con los ecos de una tierra que sigue viva encada acorde, fue uno de los músicos más visionarios de Colombia, capaz de tejer puentes entre comunidades y sonidos, y de celebrar una cultura viva sin caer en el orgullo ni en la apropiación. Una historia tejida entre el arte y la espiritualidad, resuena en los muros de su hogar ancestral, donde su madre, mantiene viva su memoria. “Soy músico, nací en el territorio sagrado, hogar del pueblo muisca, gente sabia, en armonía con la tierra. Creo en el poder de las plantas y en la fuerza de la comunidad, donde soy parte del poder de los demás. Honro el agua, canto al río y a la semilla, habló con los árboles y la montaña, medito frente al fuego con hojas de coca, uso la tradición. SOY UN INDIO.”