“AQUÍ NO HAY LAS OPORTUNIDADES QUE NECESITO” -DULCE MARÍA OSORIO
Por Laura Sofia Quintero Perez
Foto: Mi Ocaña
“¡Ocaña! ¡Ocaña! ¡dulce, hermoso clima! ¡Tierra encantada de placer, de amor! Ufano estoy de que mi patria seas… ¡Adiós, Ocaña! ¡adiós, Ocaña! ¡adiós! Así se refirió José Eusebio Caro, uno de los ocañeros más reconocidos en el país, sobre su lugar de nacimiento, el municipio de Ocaña, en Norte de Santander. Hoy, parece que su poema ha “hechizado” a los mismos ocañeros, los cuales, a pesar de amar a la tierra que los vio nacer, tienen como meta, irse.
Ocaña es un municipio ubicado al nororiente colombiano, hace parte de la subregión del Catatumbo y es conocida por su historia, sus personajes ilustres, su importancia durante la época de la independencia del yugo español, su cálida gente, su agradable clima y a muchos otros, la devoción a la imagen de la Virgen de Torcoroma
Ocaña es un municipio atractivo para vivir por muchas razones, pero han sido muchos más los motivos que tienen algunos ‘paisanos’ de dejarla y buscar una vida diferente en otras partes del país, y por supuesto, fuera de este, en otros continentes.
El conflicto armado, ha sido uno de los motivos más repetitivos, estos eventos de zozobra y violencia han sembrado durante años, miedo en la población. Ocaña hace parte de una de las subregiones más temidas y polémicas de Colombia, el Catatumbo, la zona a la cual muchos gobiernos han intentado penetrar, pero no comprender a totalidad. Los eventos de violencia ocurridos en la región, y algunos sucesos directamente ocurridos a familias ocañeras, han sido motivación suficiente para dejar la hidalga villa de los Caro.
La falta de oportunidades laborales es otro de esos factores determinantes que colabora con la salida de los ocañeros de su propio terruño. En un territorio donde la economía parece moverse en círculos limitados, los jóvenes se encuentran atrapados entre empleos inestables o salarios que apenas alcanzan para sobrevivir. Este panorama impulsa a muchos a despedirse de sus familias, de sus montañas, y de las tradiciones que los arraigan profundamente, muchas veces sin “las ganas” de irse, simplemente con la visión de algo mejor en algún otro lado del país o del mundo.
La promesa de estabilidad y crecimiento en ciudades más desarrolladas termina pesando más que el apego a su tierra, llevándolos a un camino en el que esperan, algún día, regresar con la certeza de que Ocaña sea un lugar dónde puedan prosperar y seguir gozando de su belleza.
Kevin Pérez, es uno de esos jóvenes que en algún momento tuvieron que irse de su tierra, buscando mejores oportunidades para crecer profesionalmente. Estudió contaduría pública en la Universidad Francisco de Paula Santander, seccional Ocaña. Pero a la hora de hacer las prácticas profesionales, se topó con una realidad árida y poco conveniente para el. Las empresas o comercios donde se había postulado, lo exprimirían bastante, pero, sin un pago por su esfuerzo. Obtuvo mejores propuestas en la ciudad de Bucaramanga, así que, a pesar de la complejidad de su situación, decide hacer las maletas y trasladarse a la capital del departamento de Santander.
Allí, reconoce que su calidad de vida mejoró notablemente, tanto así, que tomó una de las decisiones más importantes de su vida, establecerse por completo en Bucaramanga, motivado por la oportunidad trabajo que, dice, ni en sus mejores sueños, la hubiera podido obtener estando en Ocaña. Como el, son muchos los jóvenes ocañeros a los que les ha ocurrido lo mismo
La economía colombiana tiene su epicentro en las grandes urbes, donde las industrias, los servicios y las oportunidades de desarrollo personal y profesional se concentran en torno a una dinámica que avanza rápidamente. Esta centralización de recursos y empleos crea un desequilibrio que afecta a ciudades más pequeñas como Ocaña, donde las opciones laborales para los jóvenes son limitadas y, en muchos casos, no ofrecen estabilidad ni perspectivas de crecimiento a largo plazo. Sin acceso a beneficios como redes empresariales amplias, programas de formación profesional robustos o inversiones significativas, los ocañeros encuentran pocas razones para quedarse. La promesa de un mejor futuro en ciudades como Bogotá, Medellín o Bucaramanga se convierte en un faro que guía sus aspiraciones, dejándolos ante una difícil elección entre el arraigo a su tierra y la necesidad de crecimiento profesional y realización personal.
Según Abraham Maslow, el ser humano tiene unas necesidades básicas y secundarias, clasificados en una pirámide, donde si una de las necesidades no se complace, el siguiente “escalón” no se abre, es decir, el ser humano no podrá gozar de lo que engloba las necesidades superiores. En Ocaña, la escasez de oportunidades dificulta que muchos ocañeros logren satisfacer las necesidades esenciales que plantea la pirámide de Maslow, desde las más básicas hasta las más elevadas. La falta de empleos bien remunerados y de estabilidad económica impide cubrir necesidades fisiológicas y de seguridad, como alimentación, vivienda y tranquilidad financiera. Este obstáculo inicial frena, a su vez, la posibilidad de alcanzar niveles superiores de realización personal y pertenencias, pues sin una base sólida de estabilidad, es difícil construir relaciones, sentir un verdadero sentido de pertenencia o avanzar en el desarrollo individual. En las grandes ciudades, en cambio, el acceso a círculos sociales amplios, diversidad de empleos, y una oferta cultural y educativa mucho más rica permite que muchas de estas necesidades puedan satisfacerse, brindando a las personas una plataforma para aspirar a la autorrealización y al éxito personal.
¿Qué hay de los que aún viven en Ocaña? ¿Cuáles son sus aspiraciones y metas de vida? Según una encuesta realizada a 15 estudiantes de la UFPSO, todos ocañeros, el 100% responde “SÍ” a la idea de irse del municipio y establecerse en ciudades más grandes, todos argumentando qué, lo harían buscando mejores oportunidades laborales que puedan enriquecer su vida profesional, y claro, su vida personal.
¿Por qué Ocaña se “estancó” obligando a sus “hijos” a buscar mejores oportunidades en otras ciudades?
Ocaña, fundada en 1570, fue un puerto terrestre dinámico y un punto crucial para el comercio entre el interior de Colombia, la costa y Venezuela hasta el siglo XIX. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, comenzó a perder su relevancia. Durante muchos años, Ocaña se benefició de su ubicación estratégica, pero la apertura de nuevas rutas en los años 60, en particular la ruta 45, transformó esta situación. La conexión entre Aguachica y Bucaramanga redujo el papel de Ocaña como corredor comercial, favoreciendo a municipios emergentes en áreas con una geografía más propicia para el transporte de mercancías. Aunque la carretera que une Aguachica y Ocaña fue inaugurada en 1947, nunca logró el desarrollo necesario para competir con las principales vías nacionales. A pesar de los esfuerzos realizados con el cable aéreo que funcionó en Sanin Villa en los años 20, sus altos costos y la dificultad de mantenimiento llevaron a su cierre tras solo dos
décadas de operación. Según el historiador Luis Eduardo Páez García, la estructura fue desmantelada y vendida como chatarra, llevándose consigo una esperanza de conexión para Ocaña. Este «estancamiento» ha dejado a la ciudad cada vez más aislada de las principales redes comerciales del país.
Quizá ese fue uno de los factores influyentes en la realidad de muchos ocañeros, quienes tienen que elegir entre el arraigo a su hogar o buscar la manera de prosperar.
Si bien, algunos ocañeros han regresado a su tierra natal, como es el caso de Juliana Quintero, quien regresó a Ocaña, desde Bogotá dónde vivía hacía más de 5 años. Obligada por la pandemia del COVID19 a buscar cercanía con su familia, decidió volver a Ocaña, donde re-hizo su vida, pero relata que, también durante su juventud, decidió decir “adiós, Ocaña” debido a que no había la carrera universitaria de sus sueños, medicina, lo que la llevó hasta la enorme y fría ciudad de Bogotá, dónde hizo sus estudios y logró establecerse laboral y personalmente. Si bien dice que, Ocaña le permite estar más cerca de su familia, le permite ahorrar y el dinero “le rinde un poco más”, son palabras dichas desde el privilegio de su trabajo, estable y bien remunerado, una realidad muy distinta que muchos ocañeros viven hoy en día.
Ocaña es una ciudad hermosa, envuelta en historia y rodeada de paisajes que hechizan. Sus habitantes, gente honrada y amable, llevan en el carácter la nobleza de un lugar que, a pesar de su belleza incomparable y su clima apacible, aún lucha por encontrar su camino en un país que avanza en direcciones inciertas. Aquí, el conflicto armado ha dejado sus huellas, y la ausencia de grandes empresas limita las oportunidades para aquellos que desean crecer sin tener que partir. Pero Ocaña resiste, aferrada a la esperanza, a la perseverancia de su gente y a una visión de futuro donde no solo sea la cuna de sus hijos, sino también el lugar donde puedan vivir y morir en paz y con orgullo. Algún día, Ocaña será más que una promesa, será el hogar sólido y próspero que sus habitantes siempre han soñado.