Por: Diana Carolina Angulo Brito
En Colombia se vivió entre 2002 y 2008 una de las masacres más sanguinarias de la historia, donde las Fuerzas Armadas en el afán por dar resultados se dieron a la tarea de asesinar a colombianos inocentes presentados ilegítimamente por el Estado como bajas en combate, lo que podría decir es una de las cosas más ruines que han podido hacer como institución y como gobierno, convirtiéndose en la secuela irreparable que ha dejado el conflicto armado en el país.
Sólo un gobierno indolente, frívolo y hampón es capaz de presentar con “orgullo” el endurecimiento en la lucha contra las guerrillas y a espaldas asesina a quienes debe cuidar y monta toda una obra de teatro para manchar el buen nombre de sus compatriotas, que lejos de empuñar un arma tenían sus manos llenas de callos y heridas que a punta de trabajo duro y honrado fueron cosechando en el camino de la vida que les fue arrebatada.
Resulta inaudito considerar que mientras algunos soldados obtenían estímulos por bajas de “rebeldes” había madres llorando y buscando a sus hijos inocentes que fueron engañados con una falsa oferta laboral y a los días debían reconocer sus cuerpos en una fosa común a cientos de kilómetros de sus hogares sin ningún tipo de explicación, ocasionando una herida profunda de la que solo una madre puede entender su magnitud.
Hoy, 14 años después están cara a cara las víctimas y los comparecientes por la justicia en un acto histórico como la primera audiencia pública de reconocimiento de la Jurisdicción Especial para la Paz en Ocaña, Norte de Santander, pero cuanta resistencia, agonía y dolor tuvo que haber de por medio en la espera de más de una década para tener respuesta y escuchar de nuevo entre lágrimas relatar los hechos fatídicos de quienes acabaron con la vida de más de 6.000 colombianos jóvenes entre ellos menores de edad.
Y lo más lamentable del caso es que aún no hay verdad absoluta, aún las víctimas están a la espera de esa fecha, nombre o lugar que les permita esclarecer la sombra oscura que han tenido que pasar desde la desaparición de sus familiares. Si bien, el aceptar las responsabilidades y pedir perdón es fundamental en este proceso no todas las víctimas quedan conforme con ello, porque más que escudarse en que fue una orden de los altos mandos y decir discursos casi que elaborados lejos de la empatía, las víctimas quieren la verdad y quieren nombres propios, no que sientan lástima por ellos después de todo lo que han pasado.
Los grandes nombres que encabezan los falsos positivos son casi que innombrables para los militares y estos parece que se visten de gala nuevamente en una obra de teatro montada a repetir y tapar lo que todo mundo sabe, lo que desde hace mucho tiempo los colombianos conocen y es que nos enfrentamos a unas cuántas castas políticas que creen tener el poder de todo y han hecho de Colombia su propio festín al punto de servir en su mesa inocentes campesinos, ¿quedarán satisfechos?
Se sabe quién dio la orden.