Un rumor que desató una desgracia.
Por: Roxanna Isabel Reyes Yaruro | 06 de noviembre, 2024
A mediados de 1987, en el barrio 11 de Noviembre de Santa Marta, Magdalena, se vivió una desgarradora historia donde la familia Reyes Trillos fue víctima de una venganza por parte del grupo paramilitar ‘Tayrona’. Un rumor infundado convirtió un pacífico hogar en un objetivo de muerte, desencadenando un terrible ataque que dejó a un joven muerto y forzó el desplazamiento de sus miembros.
La noche del 2 de octubre de 1987, la paz fue brutalmente destrozada. Mientras estaban en casa, dos hombres ingresaron al establecimiento comercial, haciéndose pasar por clientes. Solicitaron dos cervezas y, tras consumirlas, regresaron al lugar con un giro violento. En vez de cigarrillos, sacaron sus armas y, a quemarropa, dispararon contra los ocupantes de la vivienda.
“Nos encontrábamos en la sala, viendo la novela San Tropel. Evelio estaba encargándose de la tienda, cuando escuché un disparo y vi a mi hermano tirado en el suelo. Los hombres seguían disparándonos”, comentó Olivia, hermana menor de la víctima.
El tiroteo le arrebato la vida a Evelio Reyes Trillos, de 17 años, quien recibió un disparo en el corazón. A pesar de ser trasladado de inmediato al hospital, no hubo nada que hacer. “Mi hermano murió en brazos de mi mamá”, mencionó Gladys, familiar de la víctima. Esa noche su vida desapareció, dejando atrás los sueños y anhelos.
Ecos mortales
El ataque no fue casual, sino el resultado de una serie de incidentes que involucraron a grupos paramilitares liderados por Hernán Giraldo; quien ocupaba una posición de liderazgo en la región. Una noche de julio, el hijastro de Giraldo fue asesinado durante un intento de robo. En defensa propia, atacó violentamente a sus agresores, hiriendo a uno de ellos. El herido fue detenido y entregado a los paramilitares y, bajo presión, reveló los nombres de sus cómplices.
Este episodio, lejos de cerrarse, desató una ola de violencia. Unas semanas después, dos sicarios del grupo ingresaron al salón de billar de los Reyes, donde identificaron a los autores del asesinato del hijastro de Hernán. Durante el enfrentamiento, uno de los jóvenes recibió un disparo, mientras que el otro, un menor de edad, logró escapar. Este último se refugió en el mismo lugar, lo que creó una situación aún más peligrosa.
“Uno de los atacantes, el mayor, murió, el más joven se escapó y se escondió en nuestra casa, lo que casi le cuesta la vida a mi madre”, relató uno afectados, quien recordó con angustia los momentos de terror vividos aquella noche.
Los rumores continuaron propagándose rápidamente. “Después de un tiempo nos comentaron que un vecino había difundido el comentario de que mi padre había ayudado a esconder al joven, cuando él ni siquiera se encontraba en la ciudad” aseguró uno de los familiares. Este simple rumor fue suficiente para que el grupo armado decidiera atacar, convencidos de que estaban implicados en la fuga del asaltante. Sin embargo, lo que ignoraban era que todo se trataba de una confusión y la familia no tenía conexión directa con los hechos que enfurecieron a los atacantes.
“Nosotros éramos inocentes en todo el sentido de la palabra”, afirmó una de las hermanas de Evelio. Otro de los afectados relató la historia desde su perspectiva: “Mi padre participó activamente en la defensa civil, fue miembro del comité de acción comunal, y además era comerciante. Pero en esta vida, todo lo del pobre es robado y la gente envidiosa intenta quitarte lo poquito que tienes”.
A pesar de las dificultades económicas, la familia permanece unida y respetuosa. “No teníamos lujos, ni muebles, ni transporte propio. Dormíamos dos en una misma cama y aunque éramos pobres, lo pasamos muy bien”, recordó otro miembro, resaltando la sencillez en la que vivían, pero llenos de amor.
Cicatrices invisibles
La muerte de Evelio Reyes arrasó por completo con el hogar, obligándolos a huir y dejar todo lo que habían construido. Buscando seguridad, se trasladaron a Barranquilla, pero los conflictos y las amenazas aún los perseguían. Desesperados por encontrar refugio, se mudaron a Ocaña, Norte de Santander y luego a Cúcuta. Sin embargo, el temor y el dolor persistían y la familia comenzó a dispersarse. Una hermana se fue a Bogotá, otro integrante se trasladó a Buritaca, el padre rehízo su vida en Cúcuta con otra pareja y tuvo más hijos, mientras que la madre se quedó en Ocaña con la hija menor.
“Dejamos la Sierra Nevada de Santa Marta para construir un futuro mejor. Fue difícil para nosotros porque no tuvimos estudios”, reflexionó uno de los hermanos, quien recordó la dureza del camino.
El hermano que se había trasladado a Buritaca regresó y se encargó de cuidar a su madre y a su hermana menor, debido a que su mamá sufrió un derrame cerebral como consecuencia del trauma vivido. Poco tiempo después, él se casó y formó su propia vida.
El trauma constante del desplazamiento y la insensibilidad dejaron fragmentos. A pesar de sus esfuerzos por reconstruir, nunca volvieron a la estabilidad que tenían antes de la perdida. Los sacrificios y el esfuerzo quedaron atrás. La tragedia dejó cicatrices profundas, marcando sus vidas para siempre. “Nadie pagó por su muerte”, lamentó uno de los parientes, al recordar la injusticia que vivieron.
“La vida de una persona cambia en cualquier momento, en cualquier instante”, concluyó otro miembro, destacando cómo un solo acto de violencia fue suficiente para cambiar su destino.
El miedo y la injusticia provocados por los rumores y la crueldad acabaron con todo lo que habían sembrado, fragmentando y destruyeron los vínculos que los unían. Sin embargo, los familiares restantes se reunieron recientemente, pero la huella de la pérdida de su hermano y su hijo aún permanece en sus mentes, un recordatorio constante de lo que han perdieron.